Arte

Origen e identidad: la catarsis artística de Julieth Morales

La artista Misak Julieth Morales se inspira en sus orígenes para construir y repensar su identidad. Como ganadora del premio Sara Modiano, actualmente presenta en Espacio Odeón ‘Cruceros’, una muestra audiovisual que visibiliza el valor de la mujer en su comunidad.

Sandra Fernández
29 de enero de 2021
Cruceros de Julieth Morales. Cortesía de la artista.
Cruceros de Julieth Morales. Cortesía de la artista. | Foto: Cruceros de Julieth Morales. Cortesía de la artista.

La cosmogonía que narraban sus ancestros, los rituales, creencias y las labores tradicionales en su comunidad se hacían caminos difíciles para ella, una joven que observaba con ambición a lo lejos de las tierras de Guambia en el departamento del Cauca un modo de vida alterno a su realidad. Al tener la oportunidad de salir de su territorio, se reencontró con sus raíces de manera inesperada para volcar sus pensamientos en actos artísticos en búsqueda de su identidad.

La mujer indígena Misak sabia y trabajadora, tejedora incansable de tradiciones y conocimientos no era una figura que admirara Julieth Morales a sus 16 años. Reconociendo la educación como parte fundamental de la formación de una mujer joven, su madre y su tía escogieron para Julieth estudiar artes en la Universidad del Cauca. Con gran ilusión esta joven Misak descubrió experiencias occidentales que fueron un escape para no volver a su territorio. “Yo había visto la experiencia de mis tías, había visto la experiencia de mis amigas de cómo era la vida en pareja o en familia. El machismo sigue predominando acá como en muchos otros lugares, y yo no quería vivir eso… la universidad me iba a alejar de todo esto”, cuenta.

Sus compañeros de clase despertaron en ella el sentido de pertenencia hacia su comunidad. El tejido le empezó a interesar esta vez desde el mismo acto, desde las historias que le narraba su abuela mientras ella la observaba detenidamente y escuchaba el sonido del hilar. De esta manera reconectó con sus orígenes, y, como una extraña, exploró con curiosidad el acto del tejer y el rol de la mujer traspasando conocimiento como un ser auténtico de gran relevancia en su comunidad. El arte se convirtió en una catarsis para purificar y aclarar su mente, reconocer su identidad, esta vez desde un plano occidental para cuestionar sus tradiciones, su importancia y la incidencia en su vida.

Julieth Morales. Cortesía de la artista.
Julieth Morales. Cortesía de la artista. | Foto: Julieth Morales. Cortesía de la artista.

La artista se fija en el performance para expresar sus inquietudes frente a su comunidad. Su cuerpo desnudo representa en ella el despojo de su cultura y el reconocimiento de una mujer autónoma, que luego transfiere al video y a la serigrafía para agregar elementos simbólicos que aterrizan en su contexto. En una de sus primeras exploraciones con el performance en 2014, se enrolla en una tira ancha tejida con los colores del arcoíris conocida en su comunidad como chumbe: elemento usado en los recién nacidos para que crezcan derechos y fuertes. Morales personifica esta práctica para corregir su cuerpo y quizás lograr encajar en las exigencias culturales de su comunidad. Esta experimentación titulada ‘Pørtsik (Chumbe)’ a sus 22 años es una apertura a cuestionamientos sobre su miedo y resistencia frente a los conocimientos de su familia.

La inmersión en su propio territorio logra reconectarla y hacer visible su experiencia a través de su cuerpo, pero luego de varias visitas con su familia y de participar en actividades cotidianas como el tejer, decide convocar a sus vecinas para realizar este acto en colectivo. Allí Julieth se da cuenta de la importancia de la unión porque el sonido se hace más fuerte, las historias y el conocimiento crecen, sobre todo a partir del destejer, la contrariedad del acto como un regreso a su historia para reflexionar y cuestionar. El cuerpo como individuo deja de ser relevante para transformar sus ideales a partir de los actos colectivos de su comunidad. En este punto aparece el video como una herramienta que le permite capturar y transformar la imagen acorde a los detalles que desea destacar. “En las imágenes y videos que he hecho siempre han sido ediciones de cuatro pensando en nuestro número cosmogónico que se utiliza como una forma de liberar esa energía negativa que hay dentro del cuerpo para que salga de él”, explica la artista.

Kup (hilar)’ se desarrolló en 2018 en Espacio El Dorado. Esta exposición con la curaduría de Jenny Díaz y Guillermo Marín, buscaba escenificar el acto de destejer mostrando en un lado el retrato de su abuela hilando en una máquina construida por su abuelo, y en el otro el retrato de mujeres jóvenes hilando, todo ello acompañado de los sonidos de los hilos traqueando cuando se está forzando con la puchicanga hecha en chonta, así como puchicangas colgando del techo y la presencia de la máquina de su abuelo. “Julieth realiza una investigación sobre los rituales, objetos y espacios cotidianos del pueblo Misak para reflexionar sobre el rol de las mujeres en escenarios públicos y privados. Para esto la artista reinventa estás prácticas, crea nuevos escenarios y formas rituales en las que resalta el poder de lo femenino”, dice Jenny Díaz. Y es que en su trabajo, Julieth reinventa el valor de la mujer en su cultura como un abrir de ojos que pretende direccionar su identidad hacia los aconteceres que marcaron la historia de su comunidad.

Su experiencia artística, que conjuga con su cosmogonía desde un plano de reflexión y de resignificación, la hacen merecedora en 2019 del premio Sara Modiano, que busca dar un incentivo para desarrollar un proyecto artístico a un artista colombiano menor de 35 años que ha sido postulado por agentes del sector artístico. Este proyecto titulado ‘Cruceros’, y que se presenta actualmente en Espacio Odeón, explora los procesos de colonización de la comunidad Misak a través de unos collares de plata que las mujeres usan y heredan en su matrimonio.

Aquí nuevamente el papel de la mujer como poseedora de conocimiento se lleva la atención narrando desde el ritual del matrimonio en el que la mujer debe caminar descalza desde sus veredas hasta el pueblo cargando estos collares que representan su historia. Esta escena Morales la hace visible a través de un video fragmentado en tres retratos: en el primero se muestra el paisaje guambiano; en el segundo a la mujer acercándose hasta llegar a un plano que detalla el collar que carga, y un tercer momento en el que se muestran los pies descalzos en su travesía. Todo ello envuelto en los sonidos que hacen los collares y una canción que acompaña usualmente a los funerales como homenaje a la memoria de las personas antecesoras de los collares.

“Era importante hablar de ese encuentro violento que hubo en ese momento y de esa apropiación de la mujer, porque a pesar de ello se vuelve una forma de memoria para cargar su árbol genealógico, y que la próxima que herede el collar no lo pierda”, dice la artista. Su interés fijado en los detalles y en lo que hay detrás de los elementos que componen sus tradiciones, magnifican el valor de los actos que presentados en un territorio ajeno a su cultura, establecen una conexión y valor único para preservar dichas tradiciones.

Reaprender y reconocer a la mujer autónoma de su comunidad, una líder que a pesar de mantenerse en un patriarcado tiene conocimientos y labores fundamentales para defenderse en su territorio, le dieron las herramientas y la razón para dimensionar su identidad y explorarla. “El arte ha sido una compañera muy importante en mi vida para conocer mi territorio, para conocer quién soy yo. El arte ha fortalecido ese conocimiento”, dice.

*Por Sandra Fernández, periodista cultural.

Le recomendamos leer en Arcadia: